Un prólogo
y algo de historia
Dos antologías anteriores –la precisión quizá
indique tres– anteceden a Poetas profanos,
libro que reúne poemas y ficciones narrativas de cuatro integrantes del grupo el barco ebrio.
En el año 1990 editamos Antología de la nueva poesía argentina. Esa incursión inicial convocó
a veinte poetas que –salvo alguna excepción– tenían en ese entonces poca
difusión; en contraste, sus obras no eran de menor valor si las comparamos a escritores
que sabían de otra popularidad. La mención de algunos de ellos da la dimensión
del corpus poético: Oscar Conde, Roberto Alifano, P. B. Rey, Omar Ramos y B.
Rivadavia. Pero ese volumen, a diferencia de los que vieron la luz en la década
pasada, no reunía autores que provenían de recitales poéticos, sino que eran
escritores que habían coincidido en la revista de poesía que representaba al
grupo: “El barco ebrio”. La vida de esta
revista fue efímera –sólo
tres números y una separata, además de otros gestos artísticos y algunos libros
personales– pero sirvió como hecho o piedra fundacional para lo que vino
después. Luego de este volumen y una intención frustrada en 1993 por relanzar
la revista –un número cuatro que llegó a pasos de la imprenta–, hasta el año
2003 no hubo novedades de importancia.
La primera década del siglo XXI fue una
década de efervescencia –en parte como reacción al desastre socio-económico que
se había instalado en nuestro país. Surgieron grupos artísticos de variada
índole, desde teatrales a musicales, exposiciones de plásticos donde fuese
posible colgar un cuadro o ubicar una escultura. Lo mismo sucedió con el cine
experimental o de autor. Consecuencias de esa década aún se perciben, por
ejemplo, en la profusa actividad teatral que no cesa, convirtiendo a Buenos
Aires en una de las capitales internacionales del teatro independiente. Y en
ese contexto, el barco ebrio se hizo
otra vez a la mar; porque siento que nuestro barco es un barco de aguas
saladas, más allá que tengamos siempre en nuestro horizonte a este gigante
silencioso, que Mallea bautizara como el río inmóvil.
El
barco ebrio comenzó nuevas travesías con un ciclo de poesía en el bar La Farsa. Los primeros domingos de cada
mes, por casi dos años, nos reunimos con poetas que fueron integrando el grupo,
así como otros escritores invitados y, en ocasiones, itinerantes. No faltó el
jazz y el teatro dentro del ciclo. Algunas veces, desde afuera de La Farsa, hubo quienes debieron
conformarse con ese sitio para ver el espectáculo. Adentro no había mesa ni
silla que alcanzara. Allí festejamos el primer año de este renacimiento con una
antología que testimoniaba lo que había sido ciclo: Poetas tras el arca. Allí aparecieron poemas de: Patricia
Calabrese, Francisco Tricio, José Luis Marini, Alberto Karmona, Verónica Ruscio
y quien escribe estas páginas. Durante el 2004 continuó el ciclo –quizá el año
de mayor éxito por convocatoria y la aparición constante de nuevos integrantes–
y ya para fines de ese año nos trasladamos al bar y museo fotográfico Simik.
Desde el barrio de Villa Urquiza nos mudamos al de Chacarita. Allí se
presentó Poetas en La Farsa, con la
participación de: Malisa Delfino Sánchez, Andrés Boiero, Oscar de Gyldenfeldt,
Martín Sánchez, Héctor Urruspuru y el desaparecido, amigo profundo, Eduardo Blues Villalba. La noche de fines de
2004, mientras brindábamos y cada uno dedicaba ejemplares al otro, lejos
estábamos de saber que en pocos meses un largo impasse iba adueñarse de la escena.
Cuando en febrero del año 2005 el barco ebrio
dejó de reunirse en el bar Simik,
intentamos que otros sitios albergaran nuestro ciclo mensual de recitales
poéticos, pero jamás dimos con un bar, pub o sitio que nos entusiasmara para
reanudar las reuniones. Tiempo después, ya habíamos dejado la intención de
seguir y, lentamente, pero sin pausa, el grupo matriz de esa década se fue
disolviendo.
Una tarde de verano, en el 2014, dimos
fortuitamente con un bar cercano al Parque Centenario, sobre la calle Acoyte al
novecientos. Entramos al Bar Profano
e intuimos que ése era el ámbito donde el
barco ebrio sería capaz de nuevas travesías, suscitar el interés de nuevos
tripulantes, visitar nuevos puertos. Fuimos generosamente acogidos y dimos
comienzo a una nueva etapa en nuestra historia.
Esta antología es la más extensa que hasta
ahora hemos producido. Desde Poetas tras
el arca se decidió que fueran no más de seis poetas los que integraban cada
compendio; en este caso, el número se redujo a cuatro. La intención es que cada
participante tenga el suficiente espacio para exponer su obra. No uno o dos
poemas sueltos, uno o dos textos breves en prosa, sino un muestrario en el que
pueda –por más que no sea un volumen personal– dejar una muestra cabal de su
arte. Y en consonancia con el nombre del bar que nos recibió el año anterior,
bautizamos este corpus literario,
donde por primera vez se incluyen textos en prosa a la par de poemas, Poetas profanos. ¡Y qué otra cosa puede
ser la poesía sino una actividad esencialmente profana! ¡Qué otra cosa somos
los artistas, los poetas, arrojados a esta existencia, sino seres profanos!
¡Qué es un poeta, sino un ser profano husmeando en lo sagrado de la vida!
Poetas
profanos son las ficciones y poemas que han sido leídos y conversados durante estos años del
renacimiento, la voz de cada autor es fiel a su búsqueda, no sólo artística
sino existencial. No hay impostura en ellos, prima la necesidad por la
expresión y, en diálogo con esa expresión, el auto-conocimiento constante.
En Marisel
Pissaco hallamos un entramado de cuentos breves, haikus y otros textos que,
inicialmente, percibimos como islas dispersas en el mar. Esta presentación
original genera un contrapunto en el interior de la colección. La lectura toma
en nosotros una cadencia, un ritmo, que es al tiempo que una música escénica,
un continente que vamos descubriendo.
Luis
Formaiano en su escritura da cuerpo a un erotismo que, en ocasiones, se nos
exhibe feroz. Su sinceridad desnuda a los personajes, más allá de los actos de
los que son protagonistas. Estén donde estén, hagan lo que hagan, la mirada
consciente, a la vez que trágica, es la presencia más poderosa de las
historias. Los textos son la excusa de nuestro otro relato.
Marilú Sánchez Martínez crea un
universo donde los seres viven su dolor y soledad sin clemencia. Las voces son
provocaciones de solitarios, no hay puente ni lazo hacia el otro. Las
obsesiones no dan libertad. Los protagonistas están presos de su pasado en un
presente que los asfixia. O lo terrible aparece aún en lo que pudo ser un mero
juego de niños. Nosotros leemos sobre ellos, somos espectadores de esas
existencias barridas de la esperanza, mientras sospechamos nuestras semejanzas,
nuestra soledad y nuestro dolor. Pero corrijo lo dicho inicialmente, hay un
instante en que se abre la posibilidad de la ternura, del juego, de un orden
más allá de este fatum. La
imaginación, la creación de estos seres que aparecen en las narraciones
fantásticas de Sánchez Martínez, también hace lo suyo, ejerce su dominio sobre
la realidad. Pensamos en el arte de la cocina donde gracias a algunas especias,
más o menos calor, la combinación exacta de los ingredientes, el plato se
vuelve exquisito.
En mi caso –Alvarez Castillo es el límite–, incluí el
extenso canto Memorias de la Guerra Guasú,
escrito en conmemoración de los 150 años del inicio de la mayor matanza sobre
tierras latinoamericanas, que llegó hasta la derrota del Paraguay y el
genocidio sobre su pueblo, perpetrado, en especial, por el Imperio del Brasil.
Es una muestra distinta de mi obra poética. No guarda antecedente directo con
colecciones o poemarios que he divulgado. Sin dudas, hay diversos momentos de
escritura e intereses que coinciden en ella.
Treinta años de historia de un grupo
literario hoy entregan esta obra. No sospechábamos allá por 1985, cuando salía
el primer número de la revista y los humildes libros de aquella editorial, que
la aventura nos traería hasta estas costas, que iba desafiar tempestades e
imponer su dominio loco, como es el dominio del arte en este mundo. Pero aquí
estamos, y sin nostalgia retornamos a las antiguas palabras que dejamos
escritas, para enero de 1986, en el breve editorial del segundo número de la
revista: “Nuestro
barco ha realizado un nuevo viaje.”
Sáenz Peña, noviembre de 2015
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